De 1994 a 2011 viví en Alemania, donde trabajé como docente en la universidad. Desde el primer momento empecé a recoger historias de hispanohablantes y alemanes sobre sus experiencias interculturales. Lourdes Miquel, una profesora que tuve en un Máster de Enseñanza de Español como Lengua Extranjera, nos había insistido en la importancia de los malentendidos culturales, y nos dio muy buenos ejemplos que me ayudaban a enfrentarme a lo que vivía con otra mirada, con ganas de analizar y ver qué había detrás. Me daba cuenta de que aunque las historias eran diversas, las explicaciones tras ellas eran las mismas una y otra vez. En mi cabeza se fueron formando dimensiones culturales, explicaciones que me ayudaban a entender lo que vivía y lo que vivían los demás. Luego encontré muchos libros que también explicaban esto con dimensiones y estándares, o con historias. Esos libros me fascinaron y me hicieron llegar más allá de donde yo había llegado.
Empecé a ofrecer cursos de comunicación cultural en la universidad. Yo presentaba el contraste hispano-alemán y mi sorpresa fue grande al ver que los estudiantes croatas, polacos, argelinos, turcos, rusos, portugueses etc. también se identificaban con los estándares hispanos e incluso algunos decían que ahora entendían su vida.
Luego pasé a dar conferencias en diversos lugares de Alemania. Me interesó especialmente la reacción del público en Baviera. Yo noto grandes diferencias entre Baviera y Göttingen, donde he vivido. Por ejemplo percibo que allí el humor está más presente en todos los ámbitos, no sólo en el privado. Así que imaginaba que los bávaros no se identificarían con los estándares alemanes. Y efectivamente, se resistían. Lo gracioso es que los hispanohablantes que también estaban entre el público les decían: "No, no. Vosotros también sois así." El grado de diferencia que esos hispanohablantes perciben en Baviera respecto a sus propios estándares es seguramente menor que el que percibirían si vivieran más al Norte. Pero aunque en menor grado, perciben las mismas cosas. Esa es mi experiencia al menos en un alto tanto por ciento de los casos.
En la actualidad vivo entre España y Alemania. He publicado un libro "Gramática de la cultura (I) Estilos de conversación" con el que intento que tanto hispano-
hablantes como alemanes puedan comprender su propia perspectiva y la del otro, a través de historias, tareas e imágenes. Tengo escritas unas 800 páginas más sobre el tema que aún no he publicado, y que formarán los siguientes 3 tomos de "Gramática de la cultura." que se titularán "Cultura invisible."
Este trabajo me apasiona, sobre todo porque veo cuánta sed tiene la gente de poder entender lo que vive o ha vivido. No es una sed sólo académica o profesional, sino existencial. Sólo podemos comunicar lo que comprendemos. No entender lleva a actitudes de rechazo, de aculturación, de etnocentrismo, de destrucción. Pero la experiencia intercultural puede y debe ser un gran enriquecimiento.
¿Por qué creí necesario escribir estos libros?
Quienes emigran enviados por una empresa multinacional reciben una formación en comunicación intercultural pagada por la empresa. Hace muchos años que las grandes compañías son conscientes de la importancia de esta enseñanza (por la que pagan sumas astronómicas), y que también ofrecen y exigen a quienes no emigran pero ocupan puestos que requieren saber comunicarse con extranjeros.
¿Pero qué ocurre con quienes emigran por cuenta propia o con empresas pequeñas? Esos son dejados de la mano de Dios, como suele decirse. Tienen que hacer su aprendizaje a lo bruto, a base de golpes, meteduras de pata, problemas de integración, de identidad, aculturación... Ese aprendizaje frecuentemente nunca se completa. Muchas personas llevan 40 años viviendo en Alemania y aún no han entendido muchos aspectos importantes de su cultura de acogida. Y viven ese proceso en solitario a veces, con miedo a hablar, a reconocer, a admitir. Sin saber que el choque cultural, el trastorno adaptativo, es normal y por lo general pasajero. No es ninguna vergüenza, igual que no lo es el jet lag.
Cuando hablo con algunos emigrantes españoles, de aquellos que llegaron en los años 60, siento como si estuviera ante alguien a quien se le rompió una pierna y nadie le puso escayola. El hueso tiene que soldar tras la fractura, pero sin el cuidado adecuado deja secuelas de por vida.
Hoy en día sabemos mucho más sobre estos asuntos. Por eso la nueva generación de emigrantes debe vivir su experiencia sin romperse ningún hueso. Debe aprender a valorar la otra cultura y la propia, sin que eso les impida ser críticos con ambas, pues es la única manera de contribuir a mejorarlas. Deben saber tomar lo mejor de cada cultura, sin complejos, sin miedo, con la autoestima bien sana y con confianza en su capacidad para salir adelante y aprender.
Para ello es necesario describir, analizar y reflexionar profundamente (aunque se puede hacer de manera entretenida y divertida) sobre las características de ambas culturas. Sólo así podemos ser conscientes de los efectos de cada comportamiento, de cuándo y en qué medida son adecuados y efectivos y cuándo perjudiciales. Sólo así podemos aprender los unos de los otros. Sólo entonces Europa será una realidad y no sólo un proyecto.
Alemania puede aprender mucho de las culturas hispanas, y las culturas hispanas podrían beneficiarse mucho adoptando algunos valores alemanes en su justa medida. Busquemos la manera de equilibrarnos mutuamente. La sinergia y la diversidad nos enriquecen si sabemos mirar, entender, sopesar, cambiar de registro y de punto de vista... La comunicación necesita una mirada tan precisa como la que requiere una obra de ingeniería. Y el viaje interior es el más apasionante.